Recuerdos de miel
El agua está fría y el suave viento de la mañana me eriza la piel, pero mi cabeza está ocupada. ¿Cómo puede haber cambiado mi vida tan drásticamente? Si hace seis meses me hubiesen dicho que estaría aquí no lo habría creído.
El sol termina de despuntar en el horizonte, tal vez debería volver a la habitación. Lentamente arrastro los pies por la arena, distrayéndome con los surcos que voy dejando, rememorando estos últimos meses.
Creo que podría considerar que todo empezó cuando volví de Argentina. Ya debería haber sospechado algo cuando su madre vino a buscarme al aeropuerto, pero después de diez horas trabajando no estaba para eso. Apenas cuestioné la excusa de que él se había liado con el trabajo. Y en el coche estaba demasiado cansada para darme cuenta de que no me llevaba a casa.
Sonrío cuando una última ola me moja los tobillos y hace desaparecer las huellas tras de mí. Igual que mi vida pasada, mis pisadas se desvanecen, y ante mí queda la arena lisa, sin marcar, preparada para que la recorra a placer.
Sí que me extrañé cuando paró el coche cerca del río y se bajó. Aún más cuando me dijo que la acompañase, pero que no hacía falta que cogiese la maleta. Pero creo que lo que más me sorprendió fue encontrar el picnic en la misma roca donde nos dimos el primer beso.
Acaricio el anillo dorado sin poder contener una pequeña risita y una lágrima de emoción. Me sacudo la arena de los pies en los escalones antes de pisar la alfombra de la habitación. La luz del sol ya ilumina generosamente la enorme cama y su cuerpo a medio tapar por la sábana.
Vuelvo a sonreír. ¿Cómo puede haber cambiado mi vida tan drásticamente?