Lucero – por Susana Pérez

 

Con las últimas notas suspendidas aún en el aire, sopló. Cumplía 25 años y, como todos los años anteriores, cerró los ojos y pidió un deseo. Encendió la luz y sonrió a sus padres en la pantalla del móvil, pero, al verla, la sonrisa en sus rostros mutó en sorpresa.

—Carina…

Un gruñido gutural, como si le rugieran las tripas a un ser gigante de roca, enmudeció sus palabras. En un momento, Carina no supo qué hacer. Intentó ver qué tenía detrás en su imagen del Whatsapp, pero fuera lo que fuese, la deslumbraba con una luz blanca azulada. Agarró el móvil y el tenedor que tenía para comer la tarta y se giró con ellos a modo de arma.  Se movió lentamente para no asustar al animal, o lo que fuera, y tranquilizarse a sí misma.

Plantado delante de ella había un ser. No sabría muy bien cómo calificarlo. Parecía como un muñeco hinchable de luz azul, sólo que sin muñeco, solo luz. Titilaba, como si se le estuviese gastando la batería. Parecía que se fuera a apagar en cualquier momento. No tenía brazos ni piernas, pero sí unas bolas que cambiaban de forma y daban vueltas, inquietas, alrededor de lo que sería su cuerpo. Arriba y abajo, acercándose y alejándose. Unos ojos, también inquietos, la miraban. A ella y a la derecha, a ella y a la izquierda. Parecía que buscase algo, pero ¿el qué? ¿Un enchufe?

Carina estaba fascinada, no sentía miedo en absoluto. Se despidió con prisa de sus padres y llamó corriendo a su amigo veterinario.

—¿Le puedes tocar?

—No sé si quiero, Mikel…

—Tócale, porfa, aunque sea con el tenedor. ¡No, no! Con algo de madera mejor, no te vaya a electrocutar.

Carina cogió un bolígrafo y lo acercó a la criatura. Parecía blandito por dentro y, al separarlo, una especie de moquillo fluorescente se quedó pegado al bolígrafo. En seguida, el ser de luz agarró el boli con la mano flotante y lo hizo desaparecer en una especie de boca que se abrió bajo los ojos. Volvió a sonar el rugido gutural y escupió el boli lleno de babas brillantes.

Después de intentar comer, y vomitar, todo lo que Carina tenía a mano, le dijo a Mikel:

—Voy a llevártelo a la clínica, seguro que allí encuentras algo que darle de comer.

—¿Y cómo me lo traes? Sólo tienes una bicicleta y 20 minutos callejeando por Madrid.

—¿Cómo si no?

Fue corriendo a por su bici, cogió una mochila grande y metió en ella a la criatura, se lo echó a la espalda y empezó a pedalear con todas sus fuerzas. Estaba tan concentrada, tan entusiasmada, que sólo pensaba “mi deseo se ha hecho realidad, ¡por fin algo interesante!”.

Entonces notó un cosquilleo en la espalda, como pequeñas corrientes eléctricas. Al mirar atrás, vio que el ser había engullido, o desintegrado, la mochila y la empezaba a rodear, alargando sus manos flotantes. Sintió calor y una sensación de elevarse en el aire. Miró hacia abajo y vio que se alejaba más y más del suelo.

Y así cuenta Mikel que la vio por última vez, volando hacia las estrellas convertida en una intensa luz blanca azulada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *