Puso el candado, un poco oxidado, en la bicicleta que había dejado en la farola, al lado de una pequeña terraza que encontró en aquella gran ciudad a la que viajo. Con tan solo 25 años, Olivia había decidido vivir la vida, había terminado su carrera de periodista, y decidió viajar antes de empezar a trabajar en la empresa que le había contratado.
Tenía una semana por delante, había decidido irse sola, como un desahogo para su vida. Pidió un vino blanco, frio y seco.
Sintió como el chico que estaba en la mesa de enfrente la miraba fijamente. Se puso nerviosa y derramo el vino encima de su vestido de gasa rosa. El camarero llego enseguida con un quitamanchas y un copa de vino nueva. Con todo el trajín no se dio cuenta de cuando se marcho el chico.
Se fue al cabo del rato sin rumbo fijo. Vio un parque y se adentró en él, pedaleando fuerte. Siguió un sendero y llego a un lago donde había barcas en alquiler, sin pensárselo dos veces ató la bici a una farola y fue corriendo a alquilarla. Eran barquitas de remos, Olivia nunca había remado, y al principio iba dando vueltas sin parar, hasta que chocó con otra barca. Ella se levantó instintivamente, se resbaló cayendo al lago. Enseguida vino una lancha motora para socorrerla y a la persona de la barca con quien chocó, que también había caído al agua. En la barca de rescate, pudo observar que era el chico de la terraza de antes con el que había chocado. Estaba tan avergonzada que no podía mirarle a los ojos. Cuando bajaron le miró un segundo diciendo que lo sentía, él tenía un gesto en la cara de diversión, pero ella salió corriendo.
Cogió la bici y pedaleando muy fuerte se alejó lo más pronto posible. Iba pensando que era muy guapo y que en otras circunstancias le hubiera hablado, pero salió huyendo avergonzada.
Pasó lo que quedaba de vacaciones tranquila disfrutando de la ciudad.
En el avión, se puso a leer. Fue al baño, siempre tenia ganas de orinar en los aviones, en el pasillo tan estrecho chocó con la azafata y ésta derramó la coca cola sobre un pasajero, cuando miró… ¡Era él! No podía más, él fue a decirle algo y ella pidiendo perdón se fue corriendo a su asiento. Cuando el avión abrió sus puertas, corrió para salir y se escondió en el baño para darle tiempo .
Hasta ahí su viaje , ya tranquila y medio preparada, fue el lunes a su nuevo trabajo en aquel edificio tan alto. Estaba nerviosa, entró preguntó por el señor Martín, su jefe, al que aún no conocía. Le acompañaron hasta su despacho, abrieron la puerta, y oyó que le decía—La señorita Olivia Lecea—. Cuando entró y miró acercando su mano para estrecharla.
—¿Tú?—Preguntó Olivia horrorizada.
—Me apartaré de la ventana — dijo él sonriendo.