Otra tarde más .Desde que estoy aquí, se hace muy lenta la vida. No sé calcular muy bien el tiempo que ha pasado desde que me trajeron. Echo mucho de menos mi casa y mis cosas .Ellos creen que no me entero de nada, me tratan como si fuera tonta o algo así, solo soy vieja. Yo les sigo el juego. Las pocas veces que vienen a verme les digo que estoy bien, que no me duele nada, que me tratan bien. Y ellos ¡se ponen tan contentos! Eso les permite trabajar ,disfrutar de su vida, viajar y cuidar de sus familias sin sentirse culpables, yo no les digo nada, si ellos no son capaces de verlo cuando me ven, nada que yo diga podrá cambiar sus pensamientos. Cuando están aquí, se sientan a mi lado, la mayoría de las veces callados, hay un silencio que nos envuelve, eso me hace sentirme terriblemente sola. Soy mayor, pero sé conversar, recuerdo muchas cosas de mi vida, de las suyas. Sé que la vida sin mí… es más cómoda. Se creen que estoy acompañada y cuidada todo el día. Y sí, hay otras personas como yo, viviendo aquí, muchas están peor que yo, intento ayudarlas, y otras me intentan ayudar a mí. Pero la soledad se puede sentir en este sitio, cada uno de nosotros nos hemos convertido en zombis vivientes, esperando que llegue el día final. Me abandonaron como a un trasto viejo que ya no necesitan y que se deja en el desván en vez de tirarlo. Así me siento yo, un ser viejo al que ya no necesitan.
Miro mis manos, están llenas de arrugas, hoy me miré en el espejo, toqué con mis dedos las arrugas que surcan mi cara de norte a sur, algunas las de los ojos de muchas risas que me dio la vida, otras como las del entrecejo que se hicieron a fuerza de sufrimientos y preocupaciones. Mi cara es un mapa de lo que fue mi vida.
Para mí en cambio lo único que me da fuerzas para levantarme aun son los recuerdos. Pienso cuando mis hijos eran pequeños y corrían hacia mí para abrazarme. Todavía sonrió, me emociono al recordarlo. En esa época mi marido y yo éramos como son ellos ahora ¡como lo echo de menos! Recuerdo como jugaban en el parque mientras yo conversaba con mis amigas, sin quitarles la vista de encima. Recuerdo todas aquellas interminables noches cuando enfermaban, yo las pasaba sentada en una silla al lado de su cama hasta que la fiebre les bajaba. Los viajes y planes que dejé de hacer por estar con ellos, para aprovechar todos y cada uno de sus momentos, esos que ahora me permiten levantarme cada mañana. No me arrepiento, repetiría una y otra vez cada segundo que pasé con ellos. Sí, pienso mucho en esto. Cuando se hicieron mayores empezaron a no necesitarme. Esa época fue mala, lloré y me sentí muy sola. Luego al llegar los nietos empezaron a necesitarme de nuevo. La verdad, ahora que mi vida se acaba solo me he sentido necesitada cuando eran niños. Es muy duro sentirse así, la soledad me daña y el abandono va destruyendo lo poco que me queda de vida. Se que me acecha la muerte, todos tenemos cita con ella, pero yo tengo entrada de primera.
Todos son agradables aquí, a veces jugamos a las cartas. Hace mucho que no viene nadie a verme. Estoy cansada, voy a cerrar un rato los ojos.
Todos lloran, no me oyen, intento decirles que estoy contenta, hoy han venido todos a verme. No sé porque están tan tristes. Yo me siento muy bien, ligera y hoy sí que no me duele nada. No lloréis, yo hoy cuando os veo. Soy feliz.
Cristina García Riera