Ana recorría California en bicicleta. Partió de los Ángeles y después de 4 días llegó a San Francisco a las 2 de la madrugada. Agotada y distraída pues miraba el gps del móvil, casi atropelló a un cachorro que se le cruzó en la calle. Dio un frenazo tan en seco, que sumado a la cuesta tan pronunciada que había, Ana salió despedida. Por el golpe perdió el conocimiento unos segundos, pero despertó por las cosquillas que le producían los lametones que le daba el cachorro.
—¡Hey!¡Para, para!¿Qué haces aquí? ¿Sabes que casi te pillo?-Preguntó al cachorro mirando a su alrededor buscando a su dueño. El cachorro ladraba moviendo su rabo y dándole lametones. Ana se levantó del suelo disponiéndose a marchar, pero el perro la miraba moviendo la cabeza de un lado a otro y gimiendo. A Ana se le ablandó el corazón.
—No te puedo llevar conmigo, el B&B donde voy no admiten animales. Pero vamos a buscar a tus dueños –le dijo dando un suspiro mientras se sentaba en el bordillo de la acera y cogía su móvil. En minutos localizó un veterinario de la zona. Anduvo 3 manzanas y llegó a la clínica. Claro estaba que a esas horas, no había nadie. Apoyó la bici contra la pared y sacó su saco de sus alforjas y se metió dentro con el cachorro. Rendida se durmió. Apenas había dormido un par de horas cuando un borracho tropezó con ella.
—¡Eh! ¡Cuidado que nos aplastas! – Le dijo con genio.
— Perdón. ¿Y tú quien eres? ¿Qué haces plantada en el suelo como una maceta? Que sepas, que sepas, que estás en muy mal sitio.
—Y tú borracho. Anda vete a tu casa y déjame en paz. –Le contestó entre los ladridos frenéticos del cachorro.
—¡Oye, oye! Que yo no me he metido contigo –le dijo con lengua de trapo. Y yo estoy en mi casa, si me dejas pasar, claro.
—¿Tu eres el veterinario? ¿No eres muy joven?
— No soy tan joven, tengo 25. Pero el veterinario es mi padre. Yo solo lo ayudo de vez en cuando.
—¡Anda como yo! ¿Podrías averiguar si este perrito tiene chip? Así lo devolveré a su dueño.
— Pasa anda no duermas en la calle. Si juntas esos sillones podrás hacerte una cama. Yo iba a dormir ahí. Pero me iré con los perros. Mi padre te lo averiguará, yo no tengo acceso a su ordenador. Hasta mañana. Ana vio cómo se marchaba el joven, y se acomodó con el perrito en los sillones.
—¿Un café y un donut? Le ofrecía el joven sonriente.
—¡Um! Gracias. ¿Qué haces tan temprano levantado?
—Hay que trabajar, y si se entera mi padre que he dormido aquí me estrangula. Los dos charlaron un buen rato mientras desayunaban, a la media hora llegó el veterinario. Que amablemente localizó al dueño del cachorro y le anotó en un papel la dirección. Ana tuvo que recorrer 6 manzanas andando, pues con el cachorro sólo tenía esa opción.
—Buenos días, creo que éste cachorrillo es suyo – le dijo a una señora mayor que le abría la puerta.
—¡Oh Milú! ¿Dónde te habías metido? –le preguntó al perro mientras lo cogía en brazos. El perrito ladraba a su dueña contento y le lamía su rostro. Gracias, muchísimas gracias por traérmelo a casa. Ayer se le escapó a mi hija y no lo podíamos encontrar.
— De nada. ES muy bonito ¿de qué raza es?
—Es un Westie. Y solo lo tengo desde hace un mes, pero lo quiero muchísimo. Ten esto es para que te compres algo, -le dijo agradecida con una sonrisa, mientras le daba 2 billetes de 100$.
—Señora esto es mucho, no se preocupe, no quiero nada. Le dijo colorada como un tomate.
—¡Tonterías!¿Tu sabes el dineral que me costó? Anda cómprate cualquier fruslería y así te acuerdas de Milú. No acepto una negativa.
—Gracias, con esto podré continuar un par de semanas mi viaje.
Ana despidiéndose de la señora y de Milú continuó con su viaje en busca de nuevas aventuras.